Sanidad Divina ; vista desde la Teologia

-¡Ustedes están locos!”. ¿Cuántas veces hemos escuchado esta expresión o alguna similar? Lo más probable, es que usted la haya escuchado de un familiar, de un amigo, de un vecino, o de un compañero de trabajo, universidad o colegio. Y es que la gente, en términos de Pablo el “hombre natural”, no puede comprender la obra de Cristo. Muchas personas, tienen la impresión de que la experiencia cristiana es una experiencia psicológica inducida, obtenido por medio de un “lavado de cerebro”. Esto hace suponer que los cristianos somos todos de “mentes débiles o impotentes”, y que hemos adoptado los puntos de vista del cristianismo, una religión llena de “mitos”. En este caso, los predicadores, que tienen la labor de evangelizar ocupan la psicología para manipular a las personas. Otros piensan que la experiencia cristiana puede explicarse sobre la base de reflejos condicionados (Ej. “Pavlov y el experimento con su perro). El argumento es que cualquier persona que haya sido expuesta en forma repetida al pensamiento cristiano, puede ser enseñada por medio de una “hipnosis espiritual” por la cual la voluntad reacciona de manera mecánica frente a ciertos métodos o ciertas condiciones. Esto se hace mayor, frente al sesgo que la gente tiene de nosotros los pentecostales. “Los pete-pete” nos dicen… “los pobres pentecostales”, como si nuestra fe fuera una fe ciega y completamente irracional.
El análisis que pretendo realizar en este artículo, tiende una ligazón entre este tema y la Teología. Regularmente, muchos hermanos tienen en sus mentes una división indestructible entre la espiritualidad y la teología. Esto, debido a que han leído algunos comentarios racionalistas sobre algunos eventos espirituales. Pero esa no es la realidad de toda la disciplina teológica. Somos muchos quienes creemos, como dijera un viejo lema, que: “La teología está al servicio de la fe; no la fe al servicio de la teología”. Jesús da Cunha, señala: “Aunque a los pentecostales nos duela reconocerlo, el punto neurálgico de la guerra espiritual se da en el terreno de la teología. Esta lucha no conoció un “alto de fuego” en toda la historia de la iglesia. Pero Satanás no se rinde. Trata de mantener a los seres humanos ignorantes o equivocados en cuanto a la verdad divina y cuando algunos de ellos reciben la luz del evangelio, él procura volverlos atrás o confundirlos. A unos los ciega, a otros los fanatiza y a los terceros los zambulle en una secta falsa. Gracias a Dios por aquellos que una vez iluminados no vuelven a la oscuridad. Como contrapartida, el propósito del Señor es sacarlos del error y una vez libres, que no retornen a la confusión. Para la primera etapa Dios cuenta en forma general con todos nosotros y en particular con los evangelistas. Los instrumentos del Señor para el segundo objetivo son los teólogos. Aunque la mayoría de ellos no sean reconocidos como tales, ni sepan que lo son, tienen un papel de inmensa importancia en el reino. En cada etapa de esta batalla teológica Satanás lanzó a la palestra grandes paladines… Gracias a Dios que Jesucristo nunca careció de soldados que ostentaron el rango de teólogos. En el pasado pelearon los apóstoles Juan y Pablo. En el medioevo Lutero y Calvino dieron batalla. En el presente resisten al enemigo todo un batallón” (1). Quienes hacemos teología también somos creyentes, por ende, hemos tenido una experiencia personal con Jesucristo, hemos vivido experiencias que sobrepasan a nuestra razón, ante las cuales sólo nos queda, al igual que todos los hermanos en la fe, alzar nuestras manos al cielo y dar gloria a Aquél que vive y permanece para siempre. “Contra los hechos, no valen los argumentos”, reza un sabio refrán. La experiencia es incuestionable. Es lo que vivimos y no existe argumento que pueda derrotarla.
La problemática radica en una forma de ver la disciplina teológica. Una de ellas, se llama “dispensacionalismo”. Francisco Lacueva, honorable teólogo, recientemente fallecido, señala que el dispensacionalismo “describe el desarrollo del plan de Dios en varias dispensaciones a lo largo de la historia de la salvación. Se suelen distinguir siete dispensaciones, es decir, siete diferentes situaciones en las que Dios pone a prueba al ser humano, con el resultado de que, en todas ellas, el hombre demuestra ser un rebelde y hostil a Dios a consecuencia de la perversidad incurable de su corazón” (2). Las siete dispensaciones son: la de la inocencia (antes de la caída), la de la conciencia (hasta el diluvio), la del gobierno (hasta Abraham), la de la promesa (hasta la promulgación de la ley mosaica), la de la ley (hasta el día de Pentecostés), la de la iglesia (hasta el arrebatamiento) y la vigente (durante el milenio y eventos antes de la eternidad). Dentro de todos los exponentes del dispensacionalismo, destaca Ciro Ingerson Scofield, teólogo y misionero norteamericano. Dentro de su formación teológica, aceptó los postulados del dispensacionalismo premilenial y pretribulacionista (3). Su obra más conocida es su Biblia Anotada, publicada en 1909. Este verdadero best-seller (hasta 1985 se habían vendido más de dos millones de ejemplares), llegó a Chile a mediados de la década de los setenta y tuvo gran aceptación dentro del mundo pentecostal. Y ahí está el problema endémico del pentecostalismo. ¿Cómo se define?, es la cuestión. Ni el término denominación ni el de sistema (implica un todo ordenado) calzan en esta definición. Porque el pentecostalismo ha recogido una amplia gama de credos. Se inscribe dentro del protestantismo clásico en algunos términos, acepta postulados de Lutero, Calvino (entre ellos, el hecho del bautismo de párvulos), pero recoge las enseñanzas de Arminio (que se oponen al calvinismo, al decir que la salvación se pierde. Calvino señalaba que quienes han sido predestinados son “salvos, siempre salvos”). Recoge la propia experiencia carismática (del griego jarismas, qe se traduce en nuestras biblias como “dones”) de poder y testimonio. Y recogió, con cierta facilidad, los postulados del dispensacionalismo. Por ello, me atrevería a señalar que el Pentecostalismo está configurado como Movimiento, con todo lo que eso implica (cambio, contradicciones-convergentes –a veces, no tanto-, coyunturas y rupturas). Reúne dentro de sí una serie de posturas teológicas discordantes, lo que incluso nos ha llevado a la incapacidad de reformarnos sin dividirnos.
El mejor ejemplo, tiene que ver con este tema, ya que, el pentecostalismo es un movimiento que sostiene la manifestación sobrenatural del Espíritu Santo, como se describe en los Hechos y la Primera Carta a los Corintios, debe ser la experiencia normal de la iglesia actual. Se hace hincapié en hablar en otras lenguas, junto con la operación de otros dones espirituales (1ª Corintios 12 y 14), y, en particular, la sanidad divina. Los pentecostales consideramos que este movimiento es el “renacimiento del cristianismo apostólico”. Por ello, creemos en la posibilidad de los milagros hoy, los que no sólo aceptamos mediante la fe, sino que los creemos como una constante en la práctica cristiana. Podemos decir como Bartimeo, el ciego sanado, que “éramos ciegos, pero ahora vemos”. En cambio, el dispensacionalismo señala que los milagros “ocurrieron en tiempos cruciales en la historia del pueblo de Dios” (4). Estos tiempos cruciales, dentro del Antiguo Testamento, serían en los tiempos de la liberación de Israel de Egipto, y su establecimiento en la tierra prometida, hacia mediados del siglo IX a.C. al hallarse el Reino de Israel en momentos decisivos (tiempos de Elías y Eliseo) y durante el cautiverio babilónico, al estar en juego la supervivencia de la nación (5). En el Nuevo Testamento, sucedieron durante el ministerio mesiánico y apostólico. Pero, con la muerte del último apóstol, ya no ocurren más señales sobrenaturales dentro de la Iglesia. Recordemos que las dispensaciones son “situaciones en las que Dios pone a prueba al hombre”. No es que estos teólogos no crean en los milagros. Ellos los aceptan, dentro de la omnipotencia divina, pero niegan su posibilidad en la actualidad. En referencia a esto, el teólogo Gordon Fee, reconocido en el campo de la interpretación bíblica señala que “ha habido una racha de publicaciones cuya insistencia singular ha sido justificar la limitación de estos dones a la iglesia del siglo I. Es justo decir, con respecto a tales publicaciones, que sus autores han encontrado lo que buscaban, y al hacerlo han seguido rechazando esas manifestaciones en la iglesia. También puede decirse con justicia que tal rechazo no tiene fundamentos exegéticos, sino en todos los casos es consecuencia de un compromiso previo con determinada postura hermenéutica y teológica. Quizás la mayor tragedia para la iglesia es que haya perdido tanto contacto con el Espíritu de Dios en su vida diaria, que deba contentarse con lo que no es sino lo corriente, y sentir la urgencia de justificarse de ese modo. La esperanza, desde luego, se halla en el versículo 11 (de 1ª Corintios 12), en que el único y mismo Espíritu haga como le place, a pesar de los encasillamientos que le imponen quienes se hallan en uno y otro bando de esta cuestión” (6).
Frente a esto, habemos creyentes que nos acercamos de manera diferente a la Teología. Que pretendemos acercarnos a la Escritura sin prejuicios, entendiendo que ella es nuestra única y suficiente regla de fe y conducta. Quienes creemos, también, que no podemos caer en dogmatismos y presentarnos como poseedores de la verdad absoluta.
¿Qué es un milagro? Proviene del latín miráculum, término que denota algo que produce admiración. A la vez, tiene el sentido literal de una cosa admirable, de una maravilla. El teólogo James I. Packer señala que en la Biblia no hay una sola palabra que corresponda al vocablo en nuestro idioma. Para él, el término es conformado por tres conceptos bíblicos: prodigios, obra de poder y señal (7). Primeramente, la idea de prodigio, tiene el sentido de admirable, de una cosa maravillosa que “al observarlo, provoca consciencia de la presencia y el poder de Dios”. Por lo tanto, ellos despiertan la conciencia a lo espiritual. La idea de obra de poder, “se centra en la impresión que causan los milagros, y señala la presencia de actos sobrenaturales de Dios en la historia bíblica, en los que participa el mismo poder que creó a partir de la nada”. La idea de señal, usada continuamente en el evangelio de Juan, denota que lleva, implícita y explícitamente un mensaje. Señalan algo (8). Tienen la intención de demostrar el poder salvífico. El hecho de que Juan emplee este término denota, que estos portentos evidencian que Cristo es el hijo de Dios, el Verbo encarnado.
En una ocasión, el filólogo e historiador Ernest Renan, señaló que, los milagros eran alteraciones de la naturaleza con la finalidad de que Dios fuera glorificado. Luego, preguntaba: “entonces, ¿por qué Dios no creó una naturaleza alterada?”. Frente a esto, nosotros podríamos señalar que esas alteraciones ya habían sido prediseñadas en la voluntad creadora de Dios. Negar esa posibilidad, sería decir que Dios no es Omnisciente. Todo lo que ha sucedido, sucede y sucederá ya ha ocurrido en la mente de Dios (Presciencia. Compárese con 1ª Pedro 1:2). Ahora bien, en su Soberanía, Dios determina qué hace, con sus respectivos cómo, cuándo, dónde, con quién, con qué, para qué y para quién. Todo esto, converge en la idea de que Dios es Omnipotente, lo que es lo mismo que decir que Él, todo lo puede hacer. Dicho esto, los milagros tienen finalidades. Nada de lo que Dios hace es “al voleo”. Todo tiene un propósito, y los que amamos a Dios, sabemos que todas las cosas repercuten en nuestro bien (Romanos 8:28). Los objetivos por los cuales Dios hace milagros son: (1) para que glorifiquemos a Dios. Juan 9, relata la curación de un ciego de nacimiento. Los discípulos preguntaron a Jesús si los padres de este hombre habían pecado, o él mismo, y como castigo, él había nacido con esa enfermedad. Jesús respondió que ninguna de las opciones era correcta. Él dijo: “no es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él” (Juan 9:3). (2) Para acreditar la autoridad de la revelación (Lucas 5:17-26). (3) Para suplir las necesidades humanas. Un caso sin igual que ilustra, es la resurrección del hijo de la viuda de Naín, hijo único, sustento de su madre (Lucas 7:11-17). (4) Llamar a otros al conocimiento de Cristo. En la gran mayoría de los casos, luego de los milagros de Cristo, se señala que Su fama crecía. Juan Wesley señala, que los milagros son las campanas que llaman a la gente a la iglesia.
¿Por qué creemos en los milagros? Porque creemos que la creación, en su totalidad depende de la soberanía de Cristo y está sujeta a Su poder, dominio, designio y autoridad. Colosenses 1:15-17, señala que: “Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en el subsisten”. No hay absolutamente nada que se pueda sostener al poder de Jesucristo. Por esto seguimos creyendo en la posibilidad de los milagros. Además, Dios es inmutable. Las modas, las filosofías, los conocimientos de la ciencia pueden cambiar… pero “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy y por los siglos” (Hebreos 13:8). ¿Qué impide, entonces, que seamos testigos hoy de milagros, si el poder de Cristo no ha cambiado? Nada. Absolutamente.
Me quiero referir, a su vez, en el plano específico de la sanidad Divina. Cuando estaba en el colegio, escuché de mi profesora de biología una definición que nunca he podido olvidar. Es la definición de la Salud que da la O.M.S. (9): “Salud es el estado de perfecto bienestar: físico, psíquico y emocional”. Por lo tanto, enfermedad es todo lo que ataca y/o interrumpe este estado de perfecto bienestar. Hay diversos tipos de sanidad: La sanidad natural, en la que el cuerpo humano, en sí mismo, provee de sanidad al organismo; está la sanidad médica, en las que hombres, a lo largo de la historia de la humanidad ministran las necesidades de la gente; y, está la Sanidad Divina. En ella Dios invalida tanto lo natural, como lo propio del hombre para producir la sanidad (10). Es a la sanidad divina a la que me voy a referir. Ella es asequible mediante la fe en Jesucristo. Por ello, la sanidad divina se distingue de las demás por la fuente que la determina. Y la fuente de la sanidad divina es la expiación. Eso lo señala claramente Isaías, setecientos años antes de la cruz: “Ciertamente llevó nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores… y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:4,5. Ver: 1ª Pedro 2:24 y Mateo 8:16,17). Esto quiere decir que Jesucristo no solamente llevó nuestros pecados en la cruz. Por ello, no sólo nos viene a proveer sanidad para el alma, sino que viene a restaurar el estado de perfecto bienestar del ser humano. La idea es restaurar la grandeza y dignidad del hombre, en caracteres totales, del yugo del pecado. La redención, en tanto libertad, es completa, integral.
Deseo finalizar citando a James I. Packer, quien señala: “La fe en lo milagroso es integral en el cristianismo. Los teólogos que descartan todos los milagros, con lo que se obligan a sí mismos a negar la encarnación y la resurrección de Jesús los dos milagros supremos de las Escrituras, no se deberían proclamar cristianos: su proclamación no sería válida. El rechazo de los milagros por los científicos de ayer no se deriva de la ciencia, sino del dogma de un universo con una uniformidad absoluta, que los científicos introdujeron en su labor con las ciencias. No tiene nada de irracional que creamos que el Dios que hizo el mundo puede aún intervenir en él con su poder creador. Los cristianos deben reconocer que no es la fe en los milagros de la Biblia, o en la capacidad de Dios para obrar milagros hoy si así Él lo desea, la que no tiene nada de razonable, sino la duda con respecto a estas cosas” (11).
Sólo nos queda una opción por delante: actuar en fe (Hebreos 11:6). Sólo así, podremos lograr el fin último de la Teología… alzar las manos al cielo y dar gloria al que vive para siempre.
Luis Pino Moyano.

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